BOLIVIA – Aventura en alta altura
Chipaya es el más antiguo y fascinante de los pueblos originarios de Bolivia. Arriba en el altiplano de los Andes se aferran a un tradicional estilo de vida. Al menos por un tiempo.
José Luis Mamani Chino espera, inmóvil. Está tumbado presionado contra el suelo con un brazo extendido en el aire, y su poncho de lana de llama se fusiona con la tierra salitrosa. Una bandada de flamencos ondea perezosamente allá en el cielo. De pronto José Luis salta , se pone de pie y ondea una cuerda de nylon cargada con peso sobre la cabeza tres veces antes de que la suelta.
Una de las aves en vuelo se tambalea y remolinea abajo hacia el suelo.
Cuando el niño de diez años camina para recoger su presa, trato yo todavía de digerir todo el espactáculo con ayuda de, bueno, cualquier cosa que resulte familiar.
Flamencos suelen asociarse con los trópicos. Pero estamos en una meseta azotada por el viento en los Andes bolivianos, con volcanes cubiertos de nieve que rompen el horizonte. Y un pequeño chaval acaba de matar a una de estas aves emblemáticas desde 60 metros de distancia, con una cuerda, un pedazo de roca volcánica y un par de bolas de plomo. Probablemente para comérselo.
Hoy en día corren convoyes de vehículos con tracción a las cuatro ruedas a través del desierto cada día, llenos de mochileros en vuelta rápida.
Los chipayas son una reliquia viviente de un pasado remoto. Muchos antropólogos creen que representan los restos más auténticos de la civilización Tiwanaku, que antedata a la Inca con cerca de 2 500 años. Su lenguaje, vestimenta y costumbres no han cambiado en miles de años y están desmochados, tanto geográfica- como culturalmente, de los quechuas y aimaras que son los grupos étnicos dominantes en el Altiplano, la segunda altiplanicie más alta del mundo después del Tíbet.
El lugar de residencia de los chipayas se encuentra a sólo un día de viaje de la capital La Paz. Pero a pesar de esto, y a pesar de que el sudoeste de Bolivia ha aumentado su popularidad entre turistas durante la última década, reciben raramente visitantes. La mayoría viene por el espectáculo geológico que ofrece el mayor desierto de sal del mundo, Salar de Uyuni, o lagos y volcanes extraterrestres cerca de la frontera con Chile.
No hace mucho tiempo los únicos vehículos que existían aquí eran camiones de ocho ruedas y un ferrocarril privado que ha transportado minerales entre las minas de Bolivia y la ciudad portuaria chilena de Antofagasta desde la década de 1870.
Hoy en día corren convoyes de vehículos con tracción en las cuatro ruedas a través del desierto cada día, llenos de mochileros en ‘tour’ rápido a través del Salar de Uyuni y hacia las famosas Lagunas Coloradas. Por muy hermoso que sea, este no es un lugar donde uno se encuentra y se relaja y pasa un buen rato. El Altiplano es inhóspito, incluso cuando el tiempo está en su mejor momento. Casi nada crece en el sobrenatural interior más allá del Salar de Uyuni, el suelo sólo es rico en minerales.
Teniendo en cuenta el débil aire y el duro microclima tal vez sea sorprendente que la gente elija vivir aquí en absoluto. Pero el Altiplano ha visto algunas de las civilizaciones más eminentes de América del Sur venir e ir.
Es una historia de conquistas e imperios que todavía se ven huellas en las poblaciones indígenas que viven aquí hoy. Los idiomas de las etnias quechua y aymara se pueden rastrear a Tiwanaku, la cultura dominante en América Latina entre los años 400-1000 dC (500 – 900 dC ?) y las trenzas y grandes faldas de las mujeres aimaras han cambiado poco desde que fueron introducidas por los españoles hace más de 300 años.
Las laderas de las montañas están modeladas por restos de antiguas terrazas de cultivos, y patatas y quinua han sido alimentos básicos durante milenios. El Altiplano lleva su historia bien visible para el visitante. Aquí no se necesita cavar muy profundo para tener una sensación del pasado.
Comienzo mi viaje en La Paz, donde paso unos días para aclimatarme a mí mismo en A la maison, de propiedad francesa, un hotel de departamentos confortables en el tranquilo barrio de Sopocachi, a poca distancia en coche del centro de La Paz. Se sirve pan recién hecho todos los días y en la cocina hay hojas de coca que se dice ayudan contra el mal de altura. Aquí me encuentro con Surtrek, una empresa que organiza paquetes de vajes y tours personalizados por toda Bolivia y Ecuador.
Viajar por el desierto/terreno salvaje del suroeste de Bolivia se vuelve mucho más cómodo sólo si se acuerda uno de llevar consigo unas cuantas cosas. Gafas de sol (para protegerse de la fuerte luz en el desierto de sal) protector solar, ropa interior cálida, un buen saco de dormir que mantenga el clima frío, y la mejor ‘arma secreta’ – una botella de agua caliente. Durante el día fácilmente puedes quemarte por el calor del sol en el ecuador, pero por la noche la temperatura puede descender tan bajo como a menos 20.
La ‘Route One’ afuera de La Paz pasa primero a través de El Alto, un nombre apropiado para un lugar que está a 4 000 metros sobre el nivel del mar. El aeropuerto Internacional de la ciudad cuenta con ubicación entre los más altos del mundo.
El Alto era antes un suburbio de la capital, pero ahora se ha convertido en una de las áreas metropolitanas de más rápido crecimiento de Bolivia. Fue construido a un ritmo acelerado durante las décadas de 1970- y 1980, por campesinos inmigrantes que huyeron aquí para escapar de la pobreza rural.
La mayoría de los algo más de un millón de habitantes de la ciudad se ven a sí mismos como aymaras, aunque los jóvenes de El Alto cada vez más empiezan a olvidar su lengua materna y crear nuevas identidades urbanas. La Paz está situada en un valle, pero los improvisados edificios de El Alto se hacinan arrriba en la alta meseta. Todo el lugar tiene un extraño, ambiente temporal, como si el viento de los Andes un hermoso día podría soplarlo y hacerlo desaparecer.
Pasamos a través de Oruro, una ciudad minera que cobra vida una vez al año por uno de los carnavales más grandes de América Latina. Poco después conducimos por largos tramos de carreteras sin pavimentar. El paisaje que las rodea está vacío de árboles, lo único que crece son arbustos de tola*, que son una importante fuente de combustible. De vez en cuando pasamos por alguna que otra aldea con casas de barro que se sienten como algo orgánico que ha crecido de la tierra.
Los chipayas viven en y alrededor de la pequeña aldea de Santa ana de Chipaya, en las desnudamente hermosas llanuras herbosas que rodean el Salar de Coipasa, una versión más pequeña del Salar de Uyuni. La aldea en sí es insignificante – casas de adobe con techos de hierro corrugado, una iglesia, un cementerio.
La mayoría todavía vive fuera en las llanuras, donde construyen viviendas circulares de barro y paja al lado de un río que sube y baja al ritmo de las estaciones del año. Proporciona suficiente agua fresca para cultivar quinua y pastoreo de llamas y ovejas.
amnh.org/education/resources/rfl/web/bolivia/bolivia.php?lang=es
El 37-añero Eloi Mamani Alabi nos da la bienvenida en su casa, a unos dos kilómetros a las afueras de la aldea. Lleva un sombrero de color distintivo blanco, camisa blanca, y el poncho de lana de llama que llevan todos los hombres chipayas. El poncho de su mujer es más oscuro y equipado con una capucha. Ella se sienta ante un telar y maneja hábilmente los gruesos hilos. Los textiles artesanales chipayas conllevan elevados precios y pueden tardar semanas en completarse. Sus dos hijos, Samuel y José Luis aparecen y su hija Verónica mira tímidamente hacia fuera de la casa.
Si los hijos de Eloi todavía estarán aquí de aquí a diez años no está claro.
– Muchos jóvenes se largan de aquí. No hay suficiente tierra o pasto para las ovejas para que se pueda mantener una familia, dice Eloi.
Muchos chipayas cruzan la frontera para trabajar en las minas chilenas, o se mudan a ciudades bolivianas como Oruro en busca de trabajo. El estéril paisaje salado no puede simplemente sustentar a la población creciente y estofado de flamenco apenas es suficiente para satisfecer sus estómagos.
Cuando le pregunto a Eloi de dónde vienen los chipayas dice él:
– Nosotros siempre hemos estado aquí. Estábamos aquí antes que las chullpas.
Chulpas son torres funerarias que se encuentran dispersas por todo el sur de Bolivia. Muchas contienen restos humanos que se cree son antepasados a los aimaras de hoy.
Antropólogos creen que los chipayas son algunos de los últimos descendientes de la etnia Uru, que poblaron el Altiplano milenios antes de que los aymaras llegaran aquí. Su religión es una mezcla de cristianismo y animismo y asi como todas las culturas tradicionales en los Andes, adorabn a Pachamama – diosa de la fertilidad, Madre Tierra.
Después de que José Luis ha matado a otro flamenco con la misma relajada seguridad que el primero, está sentado y quita las plumas al ave junto con el padre. Verónica envuelve hilo distraída alrededor de una ‘palo para tejer’ (?) mientras la madre prepara una hoguera.
Estoy siendo anegado por una sensación de un pasado muy antiguo que acontece ahora mismo, delante de mis ojos. No dura mucho tiempo. Cuando conduzco de vuelta por la ciudad, veo a un par de chavales que han trepado a un muro. Me doy cuenta de que lo que están haciendo es tratar de encontrar cobertura para sus móviles.
– Seguimos conduciendo a través de un paisaje alucinante, dividido por ríos y bancos de arena monocromos, de color amarillo claro sobre el lienzo mate de la llanura. Montañas remotas parecen flotar en el aire, suspendidas en ondas brillantes de calor. Nos alojamos en casas de huéspedes sencillas en aldeas aymaras y cruzamos llanuras con yerba ichu/paja brava ‘manchadas’ por llamas y vicuñas, cuya piel de alto valor brilla como oro bajo el sol.
Más al sur entramos en el desierto Salvador Dalí donde minerales en bruto – zinc, cobre, plata – llenan el paisaje y crean una vívida pintura surrealista en una asombrosa gama, donde la escala de tiempo geológica es el único criterio viable de medida. Llegamos al punto más alto del viaje, a jadeantes 5 000 metros, donde los géiseres de Sol de Mañana emiten nubes de vapor de azufre que alcanzan hasta 50 metros en el aire.
De repente aparece el Salar de Uyuni. O desaparece, para ser más precisos. La temporada de lluvias acaba de terminar y el borde del Salar de Uyuni está cubierto de una fina capa de agua superficial que borra los límites entre el suelo y el aire. Es como conducir directamente en el cielo sin nubes. Cuando entrecierro los ojos, veo … nada. El Salar de Uyuni se encuentra a unos 3 650 msnm y es un paisaje abierto en intenso color blanco que se parece a la tundra ártica y es del tamaño de Jamaica.
Actualmente consiste el valor económico del Salar de Uyuni (leer más) en su papel como atracción turística. Una serie de “hoteles de sal” han surgido, de los que el Luna Salada es uno de los más famosos. Está justo a las afueras de Uyuni que es el punto de partida para excursiones al Salar de Uyuni.
Todo – paredes y camas en las habitaciones y mesas y sillas en el restaurante – están hechas de sal. El efecto es atenuado ligeramente con una rica mezcla de arte local y artesanía.
Nos dirigimos hacia una aislada isla rocosa conocida como Isla Incahuasi, pero tenemos que tomárnoslo con calma. El agua es suficientemente profunda como para poder causar problemas y este no es un lugar donde se desea tener avería de motor. Las distancias son difíciles de medir aquí. La isla Incahuasi aparece en el horizonte, uno parece nunca llegar más cerca, ni siquiera cuando el agua se vuelve más profunda y conseguimos ir a más velocidad. A larga distancia veo una flota de coches que conducen a alta velocidad directamente hacia nosotros.
– Turistas? le pregunto a nuestro guía Joel.
– No, dice él. Mira, ellos no tienen matrículas.
Son productos de contrabando procedentes de Chile – los coches son mucho más baratos allí abajo.
Isla Incahuasi es en realidad la cima de un volcán extinto que se ahogó en un lago prehistórico. Está cubierta de corales solidificados y cactus gigantes, algunos de ellos estaban aquí mucho antes de que los Incas llegaran al poder. La isla es una parada popular en ‘tours’ de coches y el lugar está lleno de turistas. Algunos de ellos derraman sobre los suelos de sal donde crean ilusiones ópticas con sus smartphones y cámaras digitales.
Dentro de unos 15 años es posible que estos aparatos tecnológicos funcionen con el litio de Bolivia. Bajo la superficie cristalizada del paisaje de sal se encuentran las más grandes reservas mundiales de litio, tal vez el recurso natural más importante del siglo XXI. Las baterías de ion de litio son ya fuente de energía de ordenadores portátiles y aparatos móviles, y, cada vez más, coches eléctricos.
El presidente populista Evo Morales planea vender células de Li-ion al resto del mundo, lo que transformará a Bolivia del país más pobre de América del Sur a una superpotencia energética.
Una fábrica piloto, a segura distancia de los turistas, produce ya carbonato de litio.
A tan sólo un par de kilómetros de aquí y a un mundo de distancia, se mantienen los chipayas aferrados a un estilo de vida que muy bien está a punto de desaparecer, al ritmo que el mundo se transforma alrededor de ellos. Pasado, presente y futuro parecen coexistir en el Altiplano boliviano. Es un lugar para diversas identidades y creencias, de riqueza de minerales brutos, culturas arcaicas y belleza fantasmal. [ Traducido de la revista de viajes Vagabond, edición impresa / #2.2013 / ”BOLIVIA – ÄVENTYR PÅ HÖG HÖJD” ]
* Tola, arbusto espinoso perteneciente a la familia de las Ramnáceas. De crecimiento lento, es propio de zonas semiáridas y áridas de Chile, Perú y Argentina.
“Los Putukus, nombre de las estructuras de adobe de forma icónica, son los primeros personajes que dan la cara de la ancestral cultura, a decir de los expertos, de las más antiguas en éste lado del continente. Construidas con el ingreso mirando al este, albergan a habitantes que permanecen incólumnes ante el avasallamiento de la globalizacion. Se niegan (las mujeres sobre todo) a vestir con tejidos que no sean los suyos, menos hablar de nylon u otras fibras. Las simbas que trenzan a las mujeres reflejan su paciencia y entereza, que permitirán a las futuras generaciones conservar su idioma (pukina) y sus costumbres.
Todos andaban de fiesta, motivo por el cual dejaron su faena agrícola. Siembran quinua y papa, y pese al intenso frío de la región crían camelidos.
Pero lo más impactante son los hombres, mujeres, niños…. todos los Chipayas que visten tejidos de oveja y alpaca y hablan Pukina. Sus miradas, sus posturas….. iguales a las de cualquier otro ser humano…. con la diferencia que ellos tienen que luchar contra el mundo entero para seguir siendo quienes son… los Chipayas!” [Los Chipayas, cultura milenaria]
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Uru Chipayas
[…] “Se cubren con ropa típica. El traje de la mujer chipaya se llama Urku, debajo llevan una camisa sin mangas tejida por ellas mismas. El tocado se llama Sekje, consistente de pequeñas y numerosas trencillas. Las puntas de las trencillas se adornan con lauraques que son hilos de lana de color, flecos y bolillas. Cuando las hijas se casan, las madres les heredan sus Lauraques; ocurre lo mismo cuando estás mueren. Nunca las entierran con ellos.
Los varones llevan el Tipi o Unku, que consiste en un costal abierto por debajo y por la parte superior pasan los brazos, un pantalón que les llega hasta los tobillos y un gorro con orejas tejido de lana. Las prendas de vestir son confeccionadas de lana de llama; los vestidos de las mujeres son de bayeta. Y los instrumentos de labranza son los mismos que usaban los aymaras; y en la caza de aves usan el Liui, pequeña boleadora.
Las artesanías más frecuentes son los hilados y tejidos. Elaboran además sogas de lana y pitas trenzadas de pajas en cestería y patz (especie de bañados).
La cestería es un trabajo exclusivo de los varones, que utilizan con este propósito pequeños rollos de paja con espirales ligados por cuero. El resultado tiene siempre forma circular y borde perpendicular. Con cañas compradas o trocadas, hacen instrumentos de viento como la quena y de cueros secados, tambores. [educabolivia.bo/educabolivia/micrositios/pueblos_indigenas/paginas/Uruchipaya.htm]