MÉXICO – Linda Riviera Maya
Al borde de 2012, que marca el fin de una era en el calendario maya, arranca la temporada alta en una zona mexicana de ruinas legendarias y playas perfectas
Profecía Maya: 23 diciembre 2012 by Macbeth
Bajo un puente de la autopista que lleva al aeropuerto de Cancún hay un pequeño altar. Lo construyeron los propios arquitectos porque no conseguían que el puente se mantuviese en pie. Es probable, les dijeron, que en aquel lugar hubiese, no hace tanto, la milpa de un alux.
Es decir, un campo de maíz protegido por un travieso duende yucateco, que los mayas invocan desde antiguo para que protejan su cosecha durante siete años. “Los aluxes son como los abogados”, explica Pastor Caamal Uitzil, un maya moderno y trilingüe que trabaja como guía turístico. “Si les tienes contentos, trabajan para ti; si no, en tu contra”. Por si acaso, los arquitectos hicieron una ofrenda al elfo supuestamente ofendido con su obra.
La historia encierra una clave del turismo en la Riviera Maya: en lo que dura la fidelidad de un alux, las milpas se han convertido en autopistas para acomodar a los millones de visitantes que vienen buscando un paraíso de playas perfectas, ruinas espectaculares y picante gastronomía.
El turismo en la Riviera tiene un modelo claro: el resorttodo incluido. Una tras otra, las grandilocuentes entradas a estos cotos de hedonismo, golf y spa se suceden en la carretera de la costa. “En la Riviera, solo el 20% de los hoteles son grandes resorts, pero acumulan el 80% de las habitaciones”, explica Darío Flota, del Fideicomiso de Turismo. En muchos resorts se reconocen las inversiones españolas (Barceló, Catalonia y la ubicua constructora OHL). Los hay para todos los bolsillos, desde los obscenamente caros, donde el precio de la habitación (700 euros) es ocho veces el salario mínimo, hasta los que ese importe cubre una semana en pensión completa con vuelo chárter incluido. La razón de su éxito: estos paquetes salen más baratos que ir por libre.
Pero si la pulserita agobia, hay alternativas. Algunosresorts, como Mahekal (inaugurado bajo otro nombre en 1982 y aun así uno de los primeros de Playa del Carmen), se encuentran en un centro urbano, lo que facilita la independencia, y optan por la media pensión. Ya completamente fuera del modelo hay más de 300 pequeños hoteles, románticas cabañas (a partir de 100 euros la noche), pensiones monas (desde 40 euros) e increíbles zonas de acampada playera (por 7 euros).
“La experiencia de un viajero independiente es totalmente distinta; más cercana a la naturaleza y a nuestra cultura”, opina Flota, quien espera que el turismo no organizado aumente cuando Iberia anuncie, en breve, su vuelo directo a Cancún.
Una penúltima recomendación: incluso aprovechando una oferta de vuelo y resort, uno puede liberarse del todo incluido con tan solo alquilar un coche. Conducir en esta zona del país es seguro y, teniendo en cuenta el precio de las excursiones de los hoteles, ahorrará sus buenos pesos. Y una última: haga lo que haga, no cabree al alux.
Ruinas a pedales
En el centro del juego de pelota hay una calavera de piedra. Viene a decir que este era un deporte ritual. Algo serio. Acababa con la sangre derramada de los vencedores, no de los vencidos, porque el sacrificio era un honor en vez de una condena.
Un honor de primera división en el caso de esta cancha: entre los siglos III y IX, Cobá (Google Maps) fue la metrópolis del mundo maya, hasta que su gran rival,Chichen Itzá, extendió su dominio.
En su apogeo, unos 50.000 habitantes llegaron a vivir en Cobá, selvática y rodeada de lagos.
Dada su extensión (y eso que solo se ha desenterrado una parte de lo que hay bajo la selva), lo ideal es recorrer las ruinas en las bicis ruinosas, para no desentonar, que te alquilan dentro del recinto arqueológico. El precio total de la entrada más la bici no llega a los 5 euros.
No merece la pena retrasar la aventura 45 minutos para escuchar las explicaciones de un guía (por entre 22 y 13 euros), pero sí conviene llevar algún tipo de bibliografía a mano (los paneles informativos dejan bastante que desear) para entender el significado que encierran las más de 6.500 estructuras (incluida una pirámide de 42 metros que sobrevuela la selva) o las 45 estelas del sitio arqueológico. Fascinante intentar dilucidar las fechas del calendario maya grabadas en las piedras. Un laberinto matemático que tiene varios ciclos: la Cuenta Larga, la Corta, el Año Solar, el Calendario Ritual y la Rueda Calendárica. Llama la atención que una cultura tan avanzada no utilizase sin embargo la otra rueda, la de los carros.
La posible razón: el círculo era un símbolo sagrado, no algo que se arrastraba para transportar mercancías.
Los mayas yucatecos irían a pie, pero tenían una inmensa red vial. Cobá era su kilómetro cero. De aquí partía el Sacbé más importante: con 100 kilómetros, llegaba casi a Chichén Itzá. Estos caminos blancos estaban estucados, no eran simples rutas, y, construidos sobre muros de contención, en algunos lugares alcanzaban hasta 20 metros de ancho y 6 de alto.
A Tulum, el otro gran sitio de la Riviera, también se podía llegar en canoa, porque es una de las escasísimas ciudades prehispánicas construidas en la costa. Trepando en un acantilado sobre la arena blanca, esta joya del siglo XII está cuidada como un campo de golf y repleta de turistas.
No es tan divertida de visitar como Cobá, pero el contraste de las ruinas con el azul celeste del mar es de llorar de bonito.
Los templos y palacios de Tulum conservan gran variedad de tallas y frescos, pero una de las figuras más repetidas es una que, cabeza abajo y con las piernas dobladas, parece querer zambullirse desde lo alto de muchos frisos. Un guía explica su simbología con picardía mexicana: Puede ser una abeja reina, un alienígena, Jesús resucitado, eso creen los mormones, o un dios descendiente que baja del cielo. Aunque bien, bien, quién lo sabe.
Queda una última decisión arqueológica: ir o no a Chichén Itzá. Por un lado, son seis horas de ida y vuelta desde Playa y ya no dejan subir a la pirámide de Kukulkán. Por otro, es una de las maravillas del mundo, desde mucho antes de que la Unesco se animase a incluirla en la lista en 2007.
Los cenotes: chapuzones y murciélagos
En 2008 don Cleofás, un ejidatario [ejido] maya, limpiaba sus terrenos cuando se le cruzó una iguana. La promesa de una carne que, dicen, sabe a pollo, le hizo perseguirla. La lagarta se escabulló entre unas rocas, que don Cleo retiró encontrando la entrada a un río subterráneo del que, hasta ahora, se han descubierto 15 kilómetros. Un alucinante laberinto de estalactitas, agua transparente y silencio.
A la entrada de Rio Secreto [es-es.facebook.com] sigue la casita de don Cleofás, ahora con piscina gracias a la explotación comercial de la cueva. Los turistas han de ducharse antes de entrar para no ensuciar el agua con sus protectores solares y sus repelentes de mosquitos (ambos fundamentales en estas latitudes).
Para limpiar a los visitantes por dentro, un maya los rocía con humo de copal en una breve ceremonia de permiso a los dioses. En el mundo maya solo los chamanes se adentraban en estas cuevas, ya que eran puertas al inframundo, explica Joan, el guía mallorquín al que se le ha pegado el acento mexicano. El lugar es fantástico, literalmente otro mundo. Al contrario que la selva de ahí fuera, es oscuro, fresco, limpio, sin vida, salvo algún murciélago o un pez gato. En una sala donde el agua cubre poco, Joan pide a los turistas, ataviados de neopreno y con cascos de espeleólogos, que se sienten, apaguen las linternas y escuchen. Dip, dip, dip. No es una gota en medio del silencio más absoluto, sino el lento sonido con el que se forman las tripas del mundo.
Las selvas del Yucatán están horadadas por miles de estos cenotes, sagrados para los mayas, de donde las comunidades siguen sacando agua potable. Algunos están en parques temáticos e incluyen espectáculos de luz, tirolinas y otros gadgets del turismo familiar de aventura. Más desnudos semantienen los cenotes autogestionados por las comunidades en cuyos predios se encuentran.
Cerca de Cobá, en Choo Ha (agua que gotea) y Tankach-Ha (aguas profundas), uno se puede bañar por una módica entrada. Si se llega a última hora de la tarde, el misterioso chapuzón se hará solo en compañía de un murciélago.
Un ‘cocoloco’ en el playazo
Si la Riviera Maya tuviese bandera sería blanca y celeste, de la arena y el agua. El mar Caribe no deja de impresionar, por mucho que uno lo haya visto en los anuncios. Hay lugares, como Tulum, donde la combinación de agua transparente, arenal finísimo y palmera inclinada es ridículamente hermosa.
El playón de este pueblo, famoso por el sitio arqueológico (a unos cinco kilómetros), no ha podido salvaguardar sus encantos de la industria hotelera, pero aquí no hay resorts all inclusive, sino una ristra de alojamientos semirrurales, la mayoría en forma de cabañas monas (y tirando a caras) con techumbre de palma que han crecido como setas en la última década.
Según la tradición maya, para que una palapa aguante, la palma tiene que ser cortada bajo la luna llena. Quizás en las Romantic Cabanas – Hemingway de Tulum [locogringo.com] no se siguió la tradición, porque, cuando fuera se pone furiosamente tropical, dentro también llueve un poco. No hay electricidad por las noches, lo que complica la gestión de la tormenta en el interior de la cabaña, pero el lugar no puede ser más romántico: camas con dosel, conchas en el baño, toallas enrolladas en forma de cisne. Y en la puerta, a escasos 10 metros, el mar Caribe y un chill out con restaurante italiano incluido (no en vano la dueña se apellida Sbrizzi). Tras una deliciosa cena con el dosel esperando y la luna llena, dan ganas de todo, menos de ponerse a cortar palma.
Además del hedonismo, la otra actividad más común en estas playas es el snorkel. En la bahía de Akumal bucear con tubo puede ser, dependiendo de la temporada, una experiencia alucinante. De abril a octubre llegan a esta playa, cuyo nombre en maya significa lugar de tortugas, cientos de especímenes. Se pueden realizar excursiones en barco hasta el arrecife para verlas, pero no es necesario: haciendo pie, en los pastos de alga que hay muy cerca de la orilla, uno prácticamente se choca con los prehistóricos reptiles que vienen hasta aquí para anidar. Las tortugas son muy sociables, no huyen de los buceadores y se dejan admirar, pero no conviene tocarlas para que no se acostumbren cuando alguien quiera cazarlas en sus periplos por el mundo.
En Akumal hay centros de buceo y chiringuitos donde sirven cocolocos (un coctel de cinco licores dentro de un coco efectivamente muy loco).
Mecidos por la corriente en el manglar
Sian Ka’an, un paraíso natural con 300 especies de aves y un guía trilingüe que de joven recolectaba chicle. Cortesía maya en “el lugar donde nació el cielo”
La resina es muy venenosa; si te toca la piel, te produce quemaduras de segundo grado; si te cae en los ojos, te ciega”. Sin embargo, Pastor Caamal Uitzil, guía en la reserva de la biosfera de Sian Ka’an, se abraza con entusiasmo a un ejemplar de chechén, el árbol venenoso, ante el pasmo de los turistas. “Tranquilos”, dice, “si cae resina, buscaremos un chacá, el árbol antídoto”.
En Sian Ka’an hay ejemplares de ambas especies, y hasta un centenar de otros árboles y arbustos, como la palma chit, en peligro de extinción. Tipos de plantas hay más de mil; de mamíferos, 103 (incluidos jaguares y pumas); de aves, 300 especies, del tucán al flamenco. Especies de insectos, imaginen (no olviden el repelente).
La gigantesca reserva (con una extensión 10 veces el parque de Doñana) contiene varios ecosistemas, del bosque tropical al arrecife marino, pero quizá lo más característico sean sus manglares, que hunden sus raíces en lagunas y canales, y tiñen de rojo los ojos de agua (eso el mangle rojo, claro, porque también hay mangle blanco, o botoncillo). Una de las excursiones más solicitadas en Sian Ka’an es la que combina una visita a las ruinas de Muyil (uno de los 23 yacimientos de la reserva), un paseo a pie por el bosque tropical, una ruta en lancha por las grandes lagunas y una flotación por los canales. Con comida y transporte desde Tulum, sale por 100 dólares. Pero dura unas ocho horas, y si toca un guía como Pastor, uno sale con un cursillo intensivo de sabiduría maya.
“Los mayas se colapsaron, pero no desaparecieron, aquí seguimos”, dice Pastor bajo la pirámide de Ixchel, en plena selva (“es la diosa de la fertilidad; si quieres hijos, sube”). “Es increíble que en este entorno, con lo que tenían a mano, los mayas se convirtiesen en expertos arquitectos, en astrónomos tan exactos, en tan buenos meteorólogos… y eso que hay muchas cosas que desconocemos sobre ellos. […] [PATRICIA GOSÁLVEZ/elviajero.elpais.com]
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