Un paseo en barco por el mágico paisaje de islas de la Bahía de Ha-Long es una cosa dada en el viaje a Vietnam. Vagabond se enroló.
Algunos se ríen algo nerviosos, otros ponen los ojos en el cielo y suspiran en voz alta. Personalmente siento un zumbido de expectativas en el estómago y susurro un silencioso “yes” para mí mismo.
El barco tiene karaoke. La noche, sí, tal vez todo el crucero, está salvado.
Las perspectivas del tiempo para el tour de tres días en la Bahía de Halong en el norte de Vietnam no se ven muy prometedoras. Cuando nuestro barco, una réplica de un clásico junco chino, zarpa de la ciudad de Halong es como entrar en el reino de la niebla.
Una visita al norte de Vietnam está siempre siempre asociada con un juego de riesgo climático, pero la humedad de color azul-gris que ahora se encuentra como una manta sobre la bahía sólo da otra dimensión a las misteriosas formaciones de rocas que pronto surgen apiladas del agua. El silencio, el misterio, la tranquilidad.
Después de tres horas de viaje por carretera bacheada en autobús se siente bien el decir adiós a la agitada Hanoi. Apagar la gran ciudad, aspirar el mar. Mientras que media oreja escucha a los guías Quan y Trung que insisten en decir lo romántico que este viaje va a ser, con puestas de sol de color albaricoque o no. Además hay ‘happy hour’/hora feliz en el barco, se nos dice. De hecho, todo es “happy”/feliz. Incluso el baño, que Trung con una gran sonrisa señala y lo llama “happy room”/cuarto feliz.
Seguro que lo vamos a pasar bien, junto con los chicos “backpackers”/mochileros de Alemania, la pareja en viaje de novios de Australia, el jubilado de Nueva Zelanda, la pareja ya-no-más-tan-radical-y-bohemia-como-desearían deSan Francisco, los hermanos de Canadá, el viajero de pelo largo que anda de ‘vuelta al mundo’ de Alemania y su amor la voluntaria de ONG de Australia.
Y los dos por los que estoy más curioso: el chico silencioso de Irány el hombre coqueteante de Vladivostok. Todos brindan cortésmente, aunque un poco distante, con los demás cuando la bebida de bienvenida se sirve en cubierta. Pero sólo espera, pienso yo, hasta que el karaoke comience esta noche. Entonces nos uniremos en música agradable.
De momento sólo se escucha un sonido apagado de los motores y conversaciones a bajo tono. Cuando nos acercamos a la primera parada, la cuevaHang Sung Sot, nos encontramos con lanchas de remo llenas de cerveza, galletas, vino, patatas fritas y agua. Los vendedores nos acompañan en camino hacia la isla, junto con el viejo barco de vapor Emeraude y algunos barcos turísticos que anclan al lado de nosotros.
Dentro de la gran cueva está lleno de gente. Lleno de cámaras ‘flasheando’. Lleno de gente que habla en voz alta y formaciones de estalactitas iluminadas con colores brillantes. Con un poco de imaginación se puede ver lo que deberá representar, y con un poco más de imaginación se puede adivinar de forma completamente loca.
“El león” aparenta en mi opinión no otra cosa que un pilar común, un pilar un poco desformado. “El dragón” en el techo podría ser una pila de platos o un estante Billy roto. Después aparece algo que no se puede confundir: un falo gigante iluminado en luz roja.
Trung pregunta si veo lo que es. Y lo hago, por supuesto.
– Un pene gigantesco, contesto rotundamente.
Él me mira con escepticismo. A continuación, toma una aspiración profunda y dice rápido en la expiración:
– Es un cañón.
– Coño! (Hombre!). Se llama algo?
– Happy rock/Roca feliz, dice Trung, aún igual de serio.
– Y es un cañón?
– Sí.
Luego apunta a lo que él llama Happy Buddha/Buda Feliz, y OK, estoy de acuerdo. Es un Buda alegre. No hay más conjeturas sofisticadas por mi parte mientras Trung tenga una arruga en la frente.
Cuando amanece al día siguiente parece que la niebla se ha vuelto aún más espesa en la bahía de Halong. Son párpados pesados en la mesa del desayuno y cierta desesperación sobre el tiempo inestable. Tal vez el aburrido comienzo tenga también algo que ver con la cabalgata de karaoke de la noche anterior -la que todavía suena en mis oídos, como un disco en ‘repeat’.
Después de haber engañado al alemán Markus en una versión no tan lánguida de “Total Eclipse of the Heart”, no había vuelta atrás. Aquella luz, la llama del diablo de karaoke, se había encendido en más ojos que en los míos, y el micrófono que primero fue tratado como peste de repente se convirtió en presa de caza caliente.
Fue tirado de las manos, en la mitad de una canción, fue casi tragado en interpretaciones calientes de “Roxanne” y se movía rítmicamente arriba y abajo en las manos de Vladivostok cuando él desgarró un puro baile cosaco al ritmo de “Ra-ra-Rasputín” de Boney M.
A la mañana siguiente tiene una postura un poco más apalancada. Al igual que el resto de la pandilla. Pero yo y Lina vamos en todo caso a pasar el día remando kayak, aunque los demás se han retirado debido al mal tiempo.
Pronto estamos sentados con remos en las frías manos y miramos hacia las islas rocosas apiladas. Aparentan aún más poderosas así mirándolas desde abajo, cuando nos deslizamos ‘a cámara lenta’, envueltos en una niebla húmeda, solos en las tempranas horas de la mañana. En algún momento avistamos un junco con vela de color naranja-amarillo en el profundo gris oscuro. Por lo demás no vemos mucho más que las paredes de montaña más cercanas.
También Trung reconoce que arriesgamos ir a parar a China a menos que tengamos un poco de ayuda con la navegación. Él hace una llamada rápida en el teléfono celular y un cuarto de hora más tarde viene Hai burbujeando con su pequeño barco de madera. Somos remolcados hasta el destino para la excursión de hoy: unas cuevas que de momento se han salvado de las luces de neón y turismo de masas.
Arrastramos los kayaks en una playa lodosa donde hay un agujero en la roca. Nos ‘apretujamos adentro’, escalamos, nos agachamos y nos arrastramos para llegar finalmente a una sala de fantasmal, oscura y húmeda.
A la luz de las linternas vemos cómo grandes formaciones de estalactitas que cuelgan del techo, como dedos de monstruo, o como cerdos en un matadero.
Trung toca la batería en los tubos del órgano en un extremo de la sala, y un sonido hueco acompaña a las gotas que lentamente se desprenden de las paredes y techos.
Si no remamos tanto como habíamos pensado, cuando volvamos así por lo menos aparenta como si hubiésemos estado en una aventura, con huellas de barro del arrastramiento en la cueva sobre la ropa, rodillas y brazos.
En el pueblo flotante donde alquilamos los kayaks nos sirve almuerzo nuestro salvador en la necesidad, Hai, y después nos acostamos y relajamos en los muelles columpiantes. Cuando llega un barco turístico para comprar pescado fresco para la cocina se anima alrededor de los agujeros cuadrados en el muelle, donde se hacinan cangrejos rey, pulpos y camarones con peces de varios tipos.
Por lo demás está bastante tranquilo. Algunos perros en el muelle de al lado ladran y algunos niños corren alrededor y juegan. Su vida está aquí, en las casas de madera que flotan junto a las escarpadas islas rocosas. La balanceante cubierta de madera bajo sus patas y pies es el ‘terreno’ a que ellos están acostumbrados. Aproximadamente 500 personas viven de esa manera en la bahía de Halong.
Han elegido cuidadosamente el lugar de su casa flotante para tener protección contra los elementos del tiempo y cada semana llegan suministros con agua potable, que ellos compran y vierten en barricas.
El pescado ha sido siempre, por supuesto, la principal industria, pero ahora el comercio con los turistas es una fuente importante de ingresos. No menos importante el alquiler de kayaks ‘ha cogido velocidad’, sólo los últimos cinco años.
– La escuela para niños de hasta once años de edad está ubicada en una casa un poco más lejos, en otra isla, dice Hai y señala. Él parece pensar que hago preguntas raras cuando yo me pregunto cómo es vivir de esta manera. No es de nada estraño, opina él, así ha vivido él siempre, y sus padres también.
Él pone sus manos en la cintura en su camiseta de fútbol de color azul-negro y responde amablemente a las preguntas, antes de que se apresura fuera hacia los montones de chalecos salvavidas y kayaks. Un junco encantador lleno de turistas deseosos de remar está entrando para un tour de tarde.
Yo me quedo tumbado y hago la digestión de los alimentos de espaldas con los ojos cerrados.
Tarareando fragmentariamente en lo que se mostrará ser la mejor elección de karaoke de la noche, donde toda la mesa de comensales unida acompañará con cucharas contra vidrio y cobre.